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miércoles, 15 de enero de 2014

Dian Fossey homenajeada hoy por Google en gran parte del mundo


16 de Enero de 2013
Dian Fossey homenajeada hoy por Google en gran parte del mundo

Dian Fossey homenajeada hoy por Google en gran parte del mundo, al cumplirse el 82 aniversario de su nacimiento

Dian Fossey nació el 16 de enero de 1932 en San Francisco (Estados Unidos). Zoóloga estadounidense cuyos estudios de campo sobre los gorilas de las montañas Virunga de Ruanda y República Democrática del Congo sirvieron para acabar con muchos mitos sobre la naturaleza violenta y agresiva de estos animales. 

Aunque estaba interesada en animales desde su niñez, dejó sus estudios de veterinaria por los de terapia laboral de los que se graduó en el San Jose State College en 1954 y pasó varios años trabajando en un hospital infantil de Kentucky. Inspirada por las obras del zoólogo estadounidense George B. Schaller, Fossey viajó a África en 1963. Allí observó a los gorilas de las montañas en su hábitat natural y visitó al antropólogo británico
Louis Leakey. Éste, convencido de que la investigación de los grandes simios podría aportar información sobre el problema de la evolución humana, animó a Fossey a iniciar un largo estudio de campo de los gorilas. Fossey se reveló como observadora ingeniosa y paciente del comportamiento de estos animales. Conocía a cada uno de los individuos de su área de estudio y aprendió a verlos como animales sociales y cariñosos. Karisoke, su lugar de estudio, se convirtió en centro internacional de investigación sobre los gorilas cuando ella fundó el Centro de Investigación de Karisoke en 1967. En 1974 recibió el grado de doctora en Zoología por la Universidad de Cambridge. Su obra Gorilas en la niebla (1983) recoge las observaciones realizadas durante los años de estudios de campo.

Fossey dedicó 22 años a estudiar la ecología y el comportamiento de los gorilas de montaña. En 1985 apareció muerta en su campamento. Algunos expertos consideran que fue asesinada por el esfuerzo que desplegó con el fin de frenar la caza furtiva de gorilas y otros animales en África. Gracias en buena parte al trabajo de investigación y conservación de Fossey, los gorilas de montaña están ahora protegidos por el gobierno de Ruanda y por las comunidades conservacionistas y científicas internacionales.

Dian Fossey recoge, en su libro Gorilas en la niebla, una valiosa información sobre la vida y el comportamiento de los gorilas de montaña. En el fragmento que se recoge a continuación Fossey narra una de sus experiencias más gratificantes en sus estudios de campo sobre estos primates: su primer contacto con Peanuts, un macho joven de gorila.

Fragmento de Gorilas en la niebla de Dian Fossey.

A menudo me pregunto cuál ha sido mi experiencia más gratificante con los gorilas. La respuesta es difícil, porque cada hora pasada con ellos brinda su propia recompensa y satisfacción. Pero la primera vez que tuve la sensación de haber franqueado una barrera intangible entre el hombre y el mono fue con el grupo 8, unos diez meses después del inicio de mi investigación en Karisoke. Peanuts, el macho más joven del grupo, estaba comiendo a unos cinco metros, cuando de repente se giró y me miró fijamente. La expresión de sus ojos era insondable. Embelesada, le devolví la mirada —una mirada que parecía aunar elementos de examen y de aceptación—. Peanuts puso punto final a ese momento inolvidable con un profundo suspiro y continuó comiendo. Eufórica, regresé al campamento y envié un telegrama al Dr. Leakey: «Por fin he sido aceptada por un gorila.»


Dos años después de nuestro intercambio de miradas, Peanuts se convirtió en el primer gorila que me tocaba. El día había comenzado como de ordinario, si es que algún día de trabajo en Karisoke podía ser calificado de ordinario. Me sentía especialmente inclinada a hacer de ese día algo excepcional, porque a la mañana siguiente partía hacia Inglaterra por un período de siete meses para trabajar en mi doctorado. Bob Campbell y yo salimos a establecer contacto con el grupo 8 en las laderas occidentales del Visoke. Los descubrimos comiendo en un barranco poco profundo, cubierto de densa vegetación herbosa. A lo largo de la cuesta que conducía al barranco crecían enormes Hagenia, que siempre habían servido de excelentes miradores para escudriñar el terreno circundante. Bob y yo acabábamos de sentarnos en una cómoda Hagenia tapizada de musgo cuando Peanuts, con su expresión de «quiero que me entretengan», se alejó del grupo y se escurrió, fisgón, hasta nosotros. Bajé lentamente del árbol y simulé masticar vegetación para darle todas las seguridades de que mis intenciones eran de lo más pacíficas.

Los brillantes ojos de Peanuts me miraban por entre una celosía de vegetación, mientras emprendía un acercamiento contoneante y jactancioso. Pronto lo tuve sentado a mi lado, observando cómo «me alimentaba», como si ésa fuera mi forma de entretenerle. Cuando me dio la impresión de que se aburría con lo de comer, me rasqué la cabeza, y casi de inmediato él empezó a rascarse la suya. Como parecía totalmente tranquilo, me eché de espaldas en la vegetación, extendí poco a poco la mano, la palma hacia arriba, y la dejé sobre las hojas. Después de mirarla con detenimiento, Peanuts se levantó y extendió su mano para rozar mis dedos con los suyos por un instante. Conmovido por su propia osadía, dio rienda suelta a su excitación con un rápido redoble de pecho antes de reincorporarse al grupo. Desde ese día, el lugar pasó a ser conocido como Fasi Ya Mkoni, «El sitio de las manos». Ese contacto figura entre los más memorables de mi vida entre los gorilas.

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